Había una vez una mujer llamada Ata. El sol en su cara atezaba su piel y hacía brillar su sonrisa alba y contagiosa.
De movimientos suaves, delicada y frágil como un ángel. De sentir y palabras profundas, ella guardaba temores y alegrías sumergidos en su atolón interior, donde estaban bien protegidos de toda curiosidad o malicia que pudieran asechar su intimidad.
Ata estaba muy ligada, sujeta a todo aquello que la rodeaba, de cada paso que daba guardaba “souvenir” o “constancia” los que atesoraba celosamente.
Ata perdía y adquiría cosas, amistades, momentos, sentimientos, como todo el mundo que sigue el curso vital, pero ella no se entregaba fácilmente a éste fluir de energías, cuando algo quedaba en su poder invertía todas sus fuerzas para retenerlo, pero la permanencia ya se sabe es efímera, entonces cuando el inevitable curso de las cosas sucedía ella se entristecía, ya sin fuerzas para superarlo o sobrellevarlo por haber malgastado su poder en querer frenar los electrones del átomo vital, provocando así el estallido más doloroso.
Ella muchas veces dejaba de ver o disfrutar su bello presente añorando un pasado que se veía mejor, claro que a la distancia del tiempo la visión se hace mas clara y como dice el dicho “todo tiempo pasado siempre fue mejor”. Aunque ella no creyera que hubiera sido mejor sino que se veía mejor, igual lo añoraba.
Su espíritu inquieto y curioso se estaba quebrando como el suelo de un bodón en verano, y como en él todo rastro de vida se secaba. Ata hacia fuerza para permanecer, como era su costumbre, luchando y sacando lo mejor de su instinto de supervivencia dio larga y cruenta batalla hasta que su alma entendió su grandeza de vida eterna y en ese momento sublime de entrega cuatro sacerdotes le guiaron el camino y la despidieron en la única despedida que Ata no sintió pérdida, pues para “liberarnos” hace falta sólo un acto, ese “clic”. Todavía confundida por la sensación de libertad y habiéndose desaferrado de todo sin dolor sonrió feliz y emprendió camino diciendo ya he entendido lo que significa vivir sólo un momento, para pasar a vivir la eternidad.
(A vos Adelfa, y a la memoria de tantas lindas charlas)
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