martes, octubre 03, 2006

Epecuhén

Desde hace un tiempo que quiero contar lo que percibí esa tarde

que recorrimos con los chicos, lo que fue la villa de Epecuhén.

Hace bastante que el trabajo “mecanizado” me viene atrofiando la mente y quitando el tiempo y las ganas, pero hoy acabo de llegar de lo de Cele, donde me tiré un rato junto a su cama mientras me leía pasajes de la formidable aventura de Shakleton y la historia me “ablandó” un poco las neuronas endurecidas por estos tiempos postmodernos.

Lo que les quiero contar es que tengo bien vívido el momento de cuando llegué a lo que fueron las afueras de la villa, hasta ese momento no me había dado cuenta dónde estaba parada, pero en la medida que no fuimos escabullendo en sus calles ya pude ver claramente lo que había sido.

Todavía se me viene a los sentidos el olor a sal y ácido de óxido que había en el aire. Olores constantes fétidos pero suaves que el agua aún no ha limpiado. Los labios y la nariz resecos y los ojos que podían empezar a reconstruir esa noche próxima a los festejos de fin de año.

Botellas de sidra, que aún conservan sus corchos puestos y restos de vajilla rota, suponen que esperaban un brindis en familia; un perro que ladraba mientras jugaba con los chicos en el patio, todo en una noche de calor de diciembre.

Así quedó, como los encontró esa noche. Abruptamente la laguna los fue tapando y hoy se descubre para mostrarnos que el mismo agua de vida es quien sepultó a la villa por años. Que la prosperidad de Epecuhén fue gracias a esas “aguas benditas” con tantas propiedades curativas, que fueron las mismas “benditas aguas” que mataron al pueblo sin remedio y lo convirtieron en este desgraciado cementerio en pie.

Arboles, edificios y calles, retratan la soledad. El suelo salitroso y yermo se mezcla con la vida de la laguna, peces, flamencos y patos que atraviesan las ventanas de un edificio a nado.

Es una sensación ambigua indescriptible, entre asombro, tristeza, ansiedad, curiosidad, y hasta “belleza del caos”.

El alma me camina un paso adelante del cuerpo y casi no puedo alcanzarla, los ojos ya no saben qué ver y la percepción es confusa. La composición que hacen mis sentidos de la escena es casi cinematográfica.

Mi mente comienza a divagar, y mientras camino por las calles limosas, cuidando no caerme, y el sol del atardecer comienza a bajar, comienzo a imaginar a Noé bajando del arca y caminando de nuevo sobre la tierra, lo veo a Amstrom pisando por primera vez la Luna y a Darwin desembarcando en Galápagos… mi mente se aleja mas y mas, cada vez de la realidad hasta que vuelvo en sí y otra vez me encuentro en la entrada de la ciudad.

2 Comments:

Blogger El Búho said...

Che hace pilas que no entraba acá. Está buenísima la descripción porque es así como se siente. Mierda que escribis bien¡¡¡ Ya me había olvidado, te voy a pasar un par de notas para que me las escribas. Me gustó mucho tu forma de contar las sensaciones. Tenemos que hacer otro descubrimiento por ahí, no al estilo Shackleton pero algún otro más a nuestro alcance

10/05/2006 12:35 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Muy buen texto descriptivo de toda esa tragedia. Me transmite toda tu angustia ante semejante cuadro dantesco.
Seguí escribiendo!!

10/19/2006 4:23 p. m.  

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