DORA LA ESPANTADORA

Desde que llegué a Tres Arroyos que ando deambulando por distintos tipos de comercios y verdaderamente en muy pero muy poquitos me he sentido a gusto, cómoda, y no lo digo por la infraestructura ni ubicación, lo digo por el “recurso humano”.

He notado gran falta de calidez, y calidad humana en casi todos los empleados de comercio o servicios, pero la que se lleva todos los porotos es la mujer que está en el local de informática de Chacabuco y 9 de Julio.

Digo la que está y no la que atiende porque no atiende nada. No atiende lo que le decís, no atiende el teléfono, no atiende ni entiende nada. Uno entra al local, saluda y ella desde atrás de una PC, sin mirarte siquiera te suelta un “si” tan tajante, corto y seco que te asusta y esa es la expresión mas positiva que demuestra frente al cliente durante toda la consulta o intento de compra… “si” ni siquiera se vislumbra un dejo de interrogación, es simplemente un “si”. Después de ese monosílabo largado así uno quiere hasta disculparse no sabe de que, pedir perdoooón por lo que no sabe que hizo o dijo.

Todas la veces que he entrado con el dinero en mano para comprar una memoria, un grabador de DVD, un pen-drive o simplemente insumos corrientes, la espantaclientes se las arregla para echarme sin ningún tipo de decoro. Me ha llegado a negar stock en el local, stock en todo Capital Federal, un precio estimativo de algo y hasta la fabricación, continuidad y/o existencia de cualquier cosa que pida.

Es una “enculada” de horario completo, porque he pasado de mañana temprano, a media mañana, a la tarde, etc. y siempre luce el mismo look “raya al medio”.

La verdad es que no se bien porqué sigo yendo ahí, aunque reconozco que ahora cada vez que entro, me lo tomo como un nuevo desafío y me digo “hoy la cago” esto tiene que tener, vamos a ver qué inventa hoy para disuadirme… y lo logra.

Todavía no pude comprarme nada en ese local, hoy entramos con la Celes y nos fuimos con cara de salida del tren fantasma, faltó gritar frenéticamente nomás, pero al hacer unos pasos fuera de ese tren y todavía con la terrible imagen de ella en la retina, nos vimos reflejadas en una vidriera y nos dijimos “la verdad es que estamos baaárbaras”.